Desde hace ya buen tiempo, muchas más personas han ido
tomando cierta conciencia del cuidado hacia sus mascotas, del problema de los perros abandonados en las calles y el
gran numero de sufrimientos que padecen en esas circunstancias. Aunque a muchos
les podrá parecer irrelevante creo que todo ser vivo merece respeto y
admiración, aunque confieso que no soy vegetariano y entiendo que hay animales
que sacrificamos porque pareciera que necesitamos de su carne, piel y de tanto
otros productos derivados de ellos, pero no pondré en discusión si está bien o
mal que comamos carne y nos beneficiemos del sacrificio de animales.
Hoy quiero contarles una historia, la historia de un perro
de la calle, de esos miles o millones que andan por allí, sin hogar, sin
comida, sin donde tomar un poco de agua cuando tienen sed, enfermos y
maltratados, marginados por la sociedad, la gran mayoría quizás despreciados y
olvidados por quienes serian su familia alguna vez.
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El perro callejero abrió los ojos, el día, la hora y el año
no importan, llego a este mundo cruel y despiadado sin haberlo pedido, saco
número y nació, simplemente así.
En primera instancia conoció a su madre, tan callejera como
el mismo, aunque el aun no sabía que su destino era serlo. Jamás pregunto por
su padre, pero de haberlo hecho, difícilmente hubiera podido averiguarlo,
porque su madre siendo una callejera, difícilmente podría dar con su paradero o
identidad, en la calle fue conocida por perros grandes, pequeños, altos,
chaparos, de distintas razas, distintos colores. Quizás por eso nuestro perro
callejero no tenía un color definido, algo cenizo su pelaje, por momentos parecía “canchón”, otras queriendo ser blanco percudido, un blanco sucio, como
las calles de donde había sido engendrado.
Empezando a vivir y ya conoció lo que era ser de la calle,
pegado a la teta casi seca de su madre, que mal alimentada, se le contaban las
costillas y no podría ni queriendo saciar totalmente el hambre del pequeño.
Pasando un buen tiempo, pero siendo aun cachorro y cuando su
caminar aun no era firme del todo, fuere esto por su juventud o por el poco
alimento. Uno de esos días cualquiera su madre no regreso a su guarida,
sintiéndose abandonado, por oleadas lo invadían el miedo y la desesperación,
viéndose solo en ese mugriento lugar, que él creía su hogar, ¿A dónde fue su
mamá? ¿Volvería en algún momento?, podría estar muerta, o simplemente se canso
de cuidarle, no lo sabría adivinar el perro callejero.
Lloro y aulló por días enteros, y sus tripas también. Por
momentos creía ver una sombra cruzar el umbral de la entrada de su sucio y
reducido habitad, veía a su madre llegar con algún pedazo de pan o alguna otra
sobra con la que solía llenar ese estomaguito inflado de tanto parasito que
seguro por dentro debía de cargar.
No, jamás volvería a ver a esa “chucha”, que tan fácil como
lo engendro, así mismo lo abandono, si fue la curiosidad de su corta edad, o el
hambre que ya lo quería matar, no se podría decir, cogió el valor y decidió
salir a la calle, esa calle inmensa y que siempre tiene sus brazos abiertos
para recoger a un perro más, a un callejero más.
Un grupo de niños jugueteaba en un parquecito cercano,
corrían y reían, y por alguna extraña razón, el perrito callejero sintió que
esas risas lo llamaban, lo invitaban a acercarse, y así lo hizo, pasito a
pasito fue llegando hasta donde se encontraban, de repente la felicidad lo
invadió, su nariz no lo engañaba, era comida, ¡SI! Comida era lo que podía
oler. Varios niños y las personas que al parecer los cuidaban, comían mientras
se recreaban, que le haría pensar al
callejero que aquellos seres, tan limpios y en apariencia felices compartirían
con el su alimento, quien lo sabrá, pero impulsado por esa hambre feroz e
indomable que solo quienes la han sentido rugir en sus vientres sabrán entender,
y traicionado por su inocencia apareció de repente con su carita sucia, pelando
los dientes, no como amenazando, si no como sonriendo, aunque quizás ni el
mismo sabía bien que era sonreír, pues desde que vio la luz no había cruzado
más que por un océano de penurias y sin sabores. Todo mundo pareció ignorarlo
al principio, luego uno de los niños se le quedo mirando, el niño tenía un
pedazo de algo que parecía pan en una de sus manos, al fin algo de comida
cerca, callejero se le acerco tímido y cauteloso, su corazón palpitaba pero le
gano la emoción, el niño estaba inmóvil pues también era de corta edad como
nuestro perro, de repente una de las madres alzo la vos y advirtió;
-¡Cuidado con ese perro callejero! Que los puede morder, está
sucio y seguramente enfermo también, no
dejen que se les acerque y tampoco le den de comer porque se acostumbran y
luego ya no podrán deshacerse de él.
Con estas palabras al perro callejero se le corto la
inspiración, no comprendía bien porque el desprecio tan temprano si aun no lo
habían llegado a conocer, pensando estaba aun cuando sintió que algo paso cerca
de su pequeña cabeza, rápido y potente, fue una piedra que le lanzo otro de los
niños, pronto uno más lo imito y de repente callejero se vio escapando bajo una
lluvia de ellas, logro esquivar la mayoría y alejarse, pero no sin antes recibir
un fuerte golpe en el costado que casi le partía sus costillas delgadas y
frágiles, que se le notaban bastante, fruto de su eterna compañera el hambre,
otra de las pedradas le lastimo una de sus patas, le sangraba, no era grave,
pero como le dolía.
No cabía duda que en la calle, no había espacio para el amor
y la misericordia, menos para un callejero como él, huérfano y de sangre
corriente.
Para el callejero no existió y quizás nunca existirá la educación,
sonaba solo como una palabra más, de esas que parecían ser propiedad de
cualquier otro menos de él, como el amor, la paz, el cariño, un hogar, una
familia. Cuando a muchos otros les enseñaron a cómo comportarse y les cubrían
de todo lo que él se limitaba a desear, para callejero solo existía el día a
día, en donde tendría que pelear y arrebatar si quería comer, donde no existía
un techo para cubrirse del sol, de la lluvia, el viento y el frio. Donde las
carisias no tenían lugar, donde al parecer a nadie le preocupaba su destino, si
vivía o moría.
Jamás veremos a un perro callejero solo por siempre, tarde o
temprano, buscara a sus iguales, a esos marginados, a los parias de su misma
especie, queriendo encontrar su lugar en este mundo, aparejándose con los que
comparten su mismo destino, callejeros todos formaran algo similar a esa
familia que desde que fueron paridos se les negó.
Y para que decir más, para callejero no hubo diferencia, una
noche entre tantas, se encontró en medio de una jauría, a todos se les notaba
su baja categoría, y ese vacío en el alma que no se puede ocultar, cuerpos
marcados, cicatrices exhibidas sin más, como galardones de batallas pasadas y
del diario sufrir. Este es mi fin pensó callejero, pero que más me ha de
importar si de todas formas la muerte siempre ha estado cerca, pegada a mí como
una garrapata que no se cansa de succionar la sangre, así el peligro y la
miseria eran constantes por lo mismo la muerte no se podía alejar.
Increíblemente ninguno de esos perros más grandes y más
feroces lo ataco, podrían haberle arrancado la garganta de haberlo querido, no
era más que un cachorro delgado y afligido. Ven con nosotros, te daremos algo
de pan y donde dormir, no temas, cuidaremos de ti, con nosotros nunca jamás
volverás a estar solo, todos somos como tú y no te vamos a juzgar, eres
bienvenido a esta jauría si así lo quieres, el miedo ira quedando atrás y
aquellos que te despreciaron difícilmente se atreverán a lastimarte de nuevo,
porque conocen nuestra reputación, que mordemos sin avisar, que matamos si es
necesario, arrebatamos lo que queremos sin preguntar, tomamos lo que nos gusta
y lastimamos sin sentir remordimiento. Somos los perros callejeros y es verdad
que somos odiados, pero tenemos nuestra libertad, nadie nos brindo una mano
cuando temblábamos de frio o de hambre, ni nos defendió del que nos quiso
lastimar, así que porque ha de importarnos el destino de los demás.
Así, el perro callejero, aprendió a robar, a don Juan el
carnicero, a don Pedro el panadero, al tendero y al vendedor ambulante, a
morder al vecino y al desconocido, con o sin razón, pues no hacían falta las
justificaciones, era un callejero, un marginado, odiado y aborrecido, así que
para que había que ponerse a meditar, lastimar y lastimar era la consigna, no
había llenura para esa hambre, era otro tipo de hambre, sabia como a venganza,
pero olía a resentimiento, era dulce al inicio, pero luego re amarga, crecía y
quemaba por dentro como con vida propia, era rabia quizás, una enfermedad que
los consumía, que los controlaba.
Los perros callejeros en un problema grave se habían
convertido desde hace mucho tiempo ya, cada vez en número mayor, siempre habría
lugar para uno más, tampoco importaba cuantos murieran además, enfermos,
asesinados o encarcelados, pues ante el clamor público ya tenían sobre ellos a
la autoridad.
Póngalos a todos a dormir, a todos ellos pedía la comunidad,
para que gastar en perreras publicas y darles de comer, es más fácil
asfixiarlos hasta morir, un tiro en la cabeza y problema solucionado, júntelos
a todos en un solo lugar y con gasolina y fósforos adiós a esos malditos perros
callejeros que jamás debieron existir. Eran muchas las propuestas, pero todas
con el mismo fin, terminar con esa plaga que para muchos no tenía remedio ya.
La casería no tenía porque esperar, y no solo para el grupo
de nuestro callejero, si no para muchos otros mas, perros sin hogar que roban, molestan
y atacan sin razón, ¿cuál sería el fin de tenerles compasión?
Pocas voces se alzaron a favor de darles una oportunidad, eran
tantas sus faltas que se acababan los argumentos de piedad. Razones sobraban
para condenarlos, ya bastante dolor y pérdidas materiales tenían contabilizadas
entre sus maldades.
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¿Donde están el Bobi y el Huesos?, hace dos días que no se
les ha visto ya, ¿será posible que corrieron la misma suerte que el Canelo y la
Muñeca? Que unas semanas antes fueron capturados y luego de matarlos los
lanzaron al barranco de allá por donde el señor al que le matamos al pollito
más tierno que tenia, aquella otra vez, ¿o corrieron con la suerte del Puppy? Que
después de encerrarlo por largo tiempo lo pusieron a dormir, pues aquel grupo
de señoras a las que constantemente les robamos comida, no descansaron hasta
hacerlo matar, era lo que platicaban los pocos que iban quedando ya de la
“familia” adoptiva del perro callejero del que gastamos en contar.
Casi media noche, apresurando el paso por los callejones de
la colonia que lo vio nacer, crecer y convertirse en lo que es hoy, el perro
callejero voltea para los lados y hacia atrás, pendiente de cualquier
movimiento, sombra o silueta que se le pudiera querer aproximar, no le quedan
ya compañeros, de los que aun logro ver un día antes, poco le pudieron comentar,
no quedaba otra que escapar, buscar otro lugar en donde poder continuar su
largo andar, aunque a donde quiera que fueran de lejos se harían notar, ese
aspecto y actuar los delataría en donde fuera, el que es callejero siempre será
callejero decía el más experimentado y anciano del grupo de pulgosos
indeseables. Pero a donde podría ir este desdichado ser, acompañar a los
cobardes que escapaban no le parecía una opción, y a pesar de encontrarse solo
de nuevo, algo era diferente ya el cachorro tímido e inocente hacia mucho se
había ido, no se dejaría matar así nada mas, sus dientes ya habían probado
sangre y no dudaría en atacar con todo si lo llegaran a arrinconar.
La noche era fría, pero no más que muchas otras que ya había
tenido que pasar, acurrucándose junto a sus compañeros, formando un extraño
bulto en la oscuridad, con un ojo abierto y otro cerrado pues un callejero no
tiene paz, no tiene un colchón, un collar, un juguete, siquiera un plato, nada
es suyo, a nadie le importa.
De repente se detuvo a contemplar la luna, que entre espesas
nubes se asomaba, al bajar esa mirada gastada de tanto callejear, se dio cuenta
que estaba frente al mismo lugar en donde su perra madre lo abandono, en donde
aun en medio de tanta mugre con gusto hubiera permanecido si tan solo un padre
hubiera conocido, ¿una familia de perros? ¿Por qué no? Al final de cuentas en
la calle había encontrado una, y aunque no le era fácil admitirlo, no todo
había sido tan bueno como querría aparentar, bien sabía que si bien no nació
sabiendo odiar, ellos le enseñaron de la mejor manera, pues siendo de su misma
calaña sabían que cuerda tocar, de esa alma herida y necesitada, así como ellos
habían escogido revelarse contra todo y todos, así el mismo también escogió,
¿la culpa era de quien? ¿Acaso importaba ya? Lo hecho, hecho esta, en la ruleta
del destino esa vida le había tocado y el la abrazo, así sin más un día
prefirió amarla, amar la calle, amar al resto de callejeros como él, si,
prefirió eso, que no amar jamás, eso es si, a eso que sentía se le pudiera
llamar amor, aunque igual de loco e incomprensible, de furtivo e indomable, una
locura, quien en su sano juicio escogería una vida así, ¿pero en realidad la
escogió el? O como les decía antes, eso fue lo que le toco y punto.
¿Acaso es una lágrima lo que se escapa de su ojo?
Recuerdos van y recuerdos vienen, culpa, vergüenza,
tristeza, soledad e impotencia al no poder cambiar nada de lo vivido y hecho
ya, mescla fatal para su corazón a punto de estallar, un vacio que jamás con
nada pudo llenar, puede sentirlo allí, siempre presente, como sus otras amigas,
la muerte y el hambre.
La oscuridad de la noche es interrumpida de golpe, relámpago
y trueno, relámpago y trueno, ese sonido ya lo había escuchado antes, varias
veces, no le era desconocido para nada, todo callejero lo conoce bien, es
inconfundible como el aullido de un lobo, al principio nada, luego llega el
dolor, sus patas tambalean y se desploman, nada puede hacer para evitarlo, cae
al suelo, la vida se le va, se escapa, fluye por un caminito de sangre que
luego se convierte en dos, por un instante volvió a sentir, el mismo miedo y
desconcierto que sintió aquel día que fue apedreado por aquel grupo de niños
que prefirieron lastimar que amar, alentados por unos adultos a los cuales seguramente
les era indiferente la necesidad y la escases, el dolor ajeno no les quitaba el
sueño, o aunque quizás si conocían todo esto era más fácil marginar a ese perro
callejero que solo buscaba un hogar, cariño y un poco de pan.
Con su último suspiro, a la calle y a esa perra vida le dijo
adiós.
FIN.
Esta historia me fue inspirada por dos razones, una es algo
que leí recientemente, el caso de un niño que a escondidas llevaba de comer a
varios perritos de la calle, los cuales estaban llenos de sarna, pero al niño
no le importaba, y fue su padre quien un día lo siguió y tomo fotos haciendo
esa gran obra anónima. Y por otro lado el cariño y apego que le hemos tomado a
nuestras mascotas en la familia, es raro e inexplicable cuanto llega uno a
querer a unos animalitos, cuando se enferman, tienen hambre, frio o sed, es
como que fueran hijos prácticamente.
Ahora quiero decirles que entiendo perfectamente a las
personas que estarán en desacuerdo conmigo, no voy a contradecir el hecho de
que cuando existe algo o alguien que nos daña individualmente o como sociedad,
la reacción común y casi natural es de rechazar y aborrecer, pagar mal por mal
es lo que nos pareciera justo por lo general.
Todos los animales tienen su belleza, pero hay ciertas
especies que por una u otra razón, han llegado a tener un lugar especial dentro
de nuestra raza humana, en nuestra casa, son parte de la familia, ellos
necesitan cuidados, atención y cariño, y es verdad que hoy en día hay mucha
gente que se los da, pero así mismo hay muchos otros que no quieren o no pueden
dar lo que no tienen.
Ahora bien, si un perro, un gato, un perico o cualquier otra
mascota, merece esto y quizás más, ¿porque un ser humano no? Existen leyes y
derechos mundiales que en apariencia conceden estas cosas, sin embargo hay
muchísima gente que carece de cosas primordiales desde que nace.
Esta historia tal cual, se aplica a muchos niños y jóvenes,
que están en las calles ahora mismo, son una molestia, “muerden “sin razón
aparente, son perros callejeros, y han
abrazado esa vida, pero así como sentimos misericordia por el perro de nuestra
historia, así mismo se puede comprender a estos jóvenes, no es fácil es claro,
pero cambie usted el papel del perro en esta historia y ponga en su lugar a un
ser humano, y espero pueda así comprender un poco más, a los que pedimos una
oportunidad, inmerecida definitivamente, en muchos casos así es, pero yo soy de
los que creen que el árbol torcido si se endereza, que en lugar de tirar una
piedra, deberíamos acercar un pedazo de pan más seguido, sin temor a
enfermarnos, ensuciarnos o mezclarnos con gente que a lo mejor no sería lo que
es si tuviera todo eso que al perro callejero también le hace falta.
Con todo, se que siempre sobraran las piedras para arrojar,
pero recordemos que lo que sembramos cosechamos, la misericordia es eso y nada
más, Dios mismo tuvo misericordia del hombre, al ver que sus obras eran malas y
aun queriendo hacer lo bueno, terminaba haciendo lo malo delante de Él, por lo
que envío a su hijo a rescatar lo perdido, y eso éramos todos nosotros, lo
perdido, algunos más, otros menos, pero delante de Dios, todos tenemos algo de
perro callejero, lo bueno es que a Cristo no le importa nuestra sarna, todas
nuestras heridas son sanadas por él en cuanto nos entregamos, el perdón es una
de las claves, apliquémoslo pues.
Saludos de un Ex Perro Callejero.